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"Lo primero que el cuentista le pide a su lector es atención; el novelista, paciencia."

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Escalando el Monterroso

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"Bodegón de la merienda en el jardín"
Óleo pastel sobre cartón de José María Fojo, cm. 15,0 x 20,0 - Año 1997...

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Die Verwandlung
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Intenté pisar la cucaracha. .  .  .  .  .  .  .  .
—¡No! —gritó—. ¡Podría ser Gregorio!
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José María Fojo, 2006
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Oh, el placer del anacronismo involuntario...

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"Bodegón de las uvas en el jardín"
Óleo pastel sobre cartón de José María Fojo, cm 15,0 x 20,0 - Año 1997

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Oh, el placer del anacronismo involuntario...
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Leo en “V”, de Thomas Ruggles Pynchon: “[…] finally down three or four steps to Foppl´s own planetarium, a circular room with a great wooden sun, overlaid with gold leaf, burning cold in the very center and round it the nine planets and their moons, suspended from tracks in the ceiling, actuated by a coarse cobweb of chains […]”, capítulo 9, “Mondaugen´s Story”, que se desarrolla en Deutsch-Südwestafrika (el Africa Sudoccidental alemana), en la granja de Herr Foppl durante la “Fiesta del Sitio”, Carnaval (Fasching) de 1922. ¿Nueve planetas en 1922? Claro, Pynchon escribió su gran primera novela a comienzos de la década de 1960 (se publicó en 1963), y se olvidó que Plutón fue descubierto por Clyde W. Tombaugh* en 1930. ¿Cómo podría Foppl tener en 1922 la presciencia de un noveno planeta que iba a ser descubierto ocho años más tarde? Podemos aplicar a esto el despectivo dictum de Valéry sobre la novela: “Tous les écarts l’appartiennent.”
....¿Y el nombre de Plutón? ¿Será cierta la teoría que postula que PL es un homenaje a Percival Lowell? ¿O habrá dicho Foppl: PLanet Unbekannt, Trabant Ohne Name” para justificar el noveno planeta de su máquina astronómica?

*Clyde W. Tombaugh (1906–1997) descubrió Plutón con un telescopio newtoniano hecho con rezagos de maquinaria agrícola y automóviles. Cuando el Museo Smithsoniano se lo pidió en la década de 1990 para exhibirlo, les contestó: “Todavía estoy usándolo.


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J. M. F., 2006

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viernes, 23 de noviembre de 2007

El éxito como argumento

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J. M. F., 1995
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JOUVET decía que el éxito no es argumento. Y si no lo es, ¿qué puede serlo? Así piensa la gente que cree que el éxito es el mejor argumento. Bien: un tal Lenin tuvo un gran éxito en 1917. ¿Qué quedó de ese éxito en 1991? Un tal Van Gogh nunca pudo vender un cuadro durante su vida y terminó suicidándose en 1890, amargado por su fracaso, pero en 1973 se inauguró en Amsterdam un museo que lleva su nombre, lleno de esos cuadros que nunca pudo vender y que hoy son tesoros nacionales o se subastan a precios fastuosos.
....El Triunfo y el Desastre: esos dos impostores, como los llamó Kipling.
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J. M. F., 2007
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jueves, 22 de noviembre de 2007

El 2 de mayo (Cuento)

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"El Cabildo y la Plaza Mayor de Buenos Aires en 1810"
Acrílico sobre tela de José María Fojo, cm. 27,2 x 35,2 - Año 2003
(Tapa del libro "Las sábanas del mar", de Inés Malinow)
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El 2 de mayo
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Tal como pasa con los hijos que vienen,
Así he hecho contigo.
(Popol-Vuh)

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LO DESPERTÓ un redoble de aldabonazos, una algarabía de gritos destemplados. Envolviéndose en una bata, bajó las escaleras y salió al jardín. Una muchedumbre, detrás de las barras de la verja, lo llamaba vociferando en la fresca noche de fines de marzo, bajo las estrellas nubladas. Tardó unos instantes hasta entender que esas voces frenéticas y confusas le informaban que alguna desgracia le había sucedido al Soldado. Varias manos lo llevaron hasta la esquina, en la que, aún antes de llegar, divisó el cuerpo vencido.
.....(Como un bulto deforme, casi risible, el Soldado yace sobre las baldosas de la vereda, de espaldas, con la pierna derecha estirada y la izquierda torcida en un extraño ángulo, formando la imaginaria figura de un cuatro; el brazo izquierdo se extiende a lo largo del cuerpo, con la mano abierta, la palma hacia arriba y los dedos laxos y con leve curvatura; y el derecho, apoyado contra la fachada de la casa frente a la que ha caído, parece saludarlo con un gesto de despedida irreversible.)
.....Se acercó al cadáver, escasamente iluminado por el farol de la esquina, y solicitó una linterna eléctrica a uno de los circunstantes para examinarlo. Dentro del cono de luz blanquísima, los ojos del muchacho estaban abiertos y ya con la lúgubre fijeza de los que han podido ver el mundo de ultratumba; el rostro, crispado y furioso, parecía haberse aquietado un momento antes de proferir un alarido. Una sangre viva y fresca manaba de su boca, manchándole el mentón y el cuello, y se escurría aún por las grietas de las losas. Desplazó la luz al torso, y vio que dos navajazos, uno en el vientre (el que tal vez había interesado el estómago y producido el vómito de sangre) y otro en medio del pecho, algo lateral y a una altura que hacía presumir su llegada al corazón, eran la causa de la muerte del muchacho.
.....—No lo toquen —dijo, pensando en la necesidad de que la policía lo hallara tal como estaba. Se quitó la bata y la extendió sobre el cuerpo, tapándole la cara irremediable. Decidió quedarse a su lado, a pesar del frío, hasta que se lo llevaran. Más tarde iría a reclamarlo.
.....Sin escuchar a los vecinos, que se empecinaban en condolerse, acompañarlo, murmurar (lo de siempre, sin duda), invitarlo a tomar café o té, plantándose en una solidaridad indeseada que sólo lograba fastidiarlo con su hipocresía, volvió a su casa y estuvo a punto de cerrarles la puerta en las narices para impedir que la tomaran por asalto. Se preparó una infusión para recuperar el calor, y se sentó en la sala, en la oscuridad y el silencio de las tres de la mañana, cavilando sobre el arribo del Soldado, su singular relación con él y su asombroso destino.
.....(Asombroso, sin duda: sobrevivir a una guerra para morir asesinado, quién sabe por qué oscuros motivos, en la noche suburbana, a metros de la que ya era su casa. Pero ese muchacho portaba, como nadie, la insoslayable marca de la muerte. Sus salidas intempestivas, sus prolongadas desapariciones inexplicables y sus regresos con señales inequívocas de haber reñido, hacían prever un final violento.)
.....Había llamado a su puerta una tarde de primavera, preguntando por el señor Rivero y diciéndose camarada de armas de su hijo. Lo recibió en esa sala donde ahora se rendía voluntariamente al recuerdo. Hablaron durante horas; lo colmó de preguntas sobre Adrián y las circunstancias de su muerte. El Soldado no escatimó información y anécdotas, y le mostró una foto en la que ambos, de uniforme entre otros conscriptos, sonreían a la cámara como en un final de juego. Sólo que la partida había terminado para Adrián cuando un torpedo inglés lo mandó al fondo del mar en la tarde de un 2 de mayo, en otro otoño no lejano aún. Le pidió al Soldado que le regalara la foto —atesoraba muchas otras de su hijo, pero esa era la última. También le pidió que se quedara a cenar.
.....Las visitas se repitieron. Siempre terminaban hablando de aquella aciaga tarde, del hundimiento del buque en acción de guerra, y de la muerte de Adrián. Sintió instaurarse un nuevo, misterioso e infinitamente anhelado vínculo con su hijo a través de aquel compañero que permaneció con él casi hasta el último momento. Una noche que habían charlado hasta una hora avanzadísima lo instó a que no se retirase, y le ofreció la habitación de Adrián para pernoctar. El Soldado, especie de paria sin familia, no tardó en instalarse en la casa.
.....Vivió en ella durante meses, con absoluta libertad, sin ninguna restricción, como el pensionista vitalicio de un hotel gratuito. La única exigencia del señor Rivero consistía en las interminables conversaciones sobre Adrián y su vida militar, su amistad con el Soldado y su final entre el humo denso y las olas gélidas barriendo las desgarradas amuras del barco moribundo. A pesar del transcurso del tiempo y la profundización de su conocimiento mutuo, el señor Rivero no lograba entender esa amistad nacida entre Adrián, un joven de espléndida educación, y aquel muchacho vulgar, sin cultura ni pulimento, quizás sin inteligencia. Pero las amistades entre los jóvenes son otro de sus misterios, y pronto renunció a desentrañarlo. Se sorprendió de experimentar inquietud cuando el Soldado desaparecía durante períodos demasiado largos, como si su ausencia vulnerara el lazo secreto que ahora lo comunicaba con su hijo.
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Le llegaron rumores de las murmuraciones de los vecinos acerca de la permanencia del Soldado en su casa, pero los desdeñó por completo. También desestimó el sordo disgusto y el mudo reproche que la señora Venancia –el ama que atendía la casa desde antes de la muerte de su esposa– le endilgaba por el mismo motivo. La vieja les servía los refrigerios abroquelada en un silencio pétreo, entre suspiros y sacudones de cabeza al mirar al recién venido (que la ignoraba tajantemente al ventear su ojeriza), y se iba con la boca fruncida en un rictus de reprobación, puesto con seguridad el recuerdo en Adrián y juzgando al Soldado un intruso. Pero el señor Rivero, que era un viudo serio y circunspecto, un empresario próspero y con la costumbre del mando, se consideraba con derecho a no rendir cuentas a nadie de su vida privada y a realizar su voluntad; si ésta era la de tener a un amigo y ex-camarada de su hijo difunto viviendo en su casa, lo haría sin dar explicaciones.
.....Cuando le entregaron el cadáver, dispuso que el velatorio se realizara en la casa.
.....—¿Cómo? ¿Va a velarlo aquí? —preguntó maravillada Venencia, para quien eso era sin duda lo último que le cabía esperar.
.....—Desde luego —dijo él. Iba a agregar: «Fue el último amigo de Adrián», pero no lo hizo.
.....Muy pocas personas se acercaron al ataúd del Soldado. Sólo el señor Rivero pasó toda la noche entre el repugnante olor de las flores y el formol, contemplando el cambiante rostro del muerto, hundido en la luz implacable de los cirios, y transfigurado hacia el alba en la máscara de una calma aceptación de su aniquilamiento, en la que parecía reconciliarse consigo y con la tierra que iba a darle cobijo, a él, fugitivo de una tumba en el mar. Miraba la cara cérea del difunto, preguntándose qué podría haber encontrado Adrián en él para darle su amistad; era poco menos que imposible hallar dos seres más diferentes: su hijo, magro, culto, superferolítico, ojos azules y mechón rubio en el convexo perfil de alimoche; y el otro, un doncel de la tierra, palurdo de cabellera ensortijada y fuerte prognatismo, piel oscura y escasas luces. Como una fulminación, lo atravesó la certeza de que no fue la amistad, la pura amistad, lo que los había unido. Debe haber sido otra cosa (no sé cuál), pero no la simple y llana amistad. Ya no podré averiguarlo —pensó, y acaso eso fuera lo mejor.
.....Ante el inconmensurable estupor de Venancia y otras gentes, ordenó que el entierro del Soldado se efectuara en la tumba familiar de los Rivero. Él, pensando que a veces es indispensable tomar una decisión, por dolorosa que sea, sintió que algo inconcluso se completaba; como si se reparase una crasa falencia en el universo.
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En los días posteriores a las exequias, fue replegándose sobre sí, como esos animales que se preparan para una larga hibernación. Pasaba las horas vacías en una butaca, en la biblioteca o la sala, sumido en silenciosa lectura, meditando, desatendiendo a la gente y sus negocios, sin hablar, sin oír. Nunca volvió a mencionar al Soldado. Algunas tardes salió, sin dar razón de su destino.
.....El 2 de mayo se llegó hasta la tumba aún sin lápida donde lo aguardaban su esposa y el vicario apuñalado, con unas flores y un paquete en las manos. Dejó las flores arriba de un banco y, deshaciendo el envoltorio, extrajo una placa de bronce que depositó sobre la tierra todavía removida. En la placa estaba escrito:



Adrián Rivero
R. I. P.
2 de mayo de 1982



.....Y, al esparcir las flores encima del túmulo, sus recogidos gestos emularon los de quien, apoyado en la borda de un buque, arroja una corona fúnebre a las ateridas e indiferentes aguas del océano austral.
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.José María Fojo
Mención Honorífica Segundo Concurso de Cuento
«Fundación Inca Seguros», 1993.
Publicado en el libro
“Prosperidad de las sombras”El Francotirador Ediciones, 2000.
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Singulares propiedades del “Libro infinito” de Jorge Luis Borges

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María Granata, León Benarós y Esther de Izaguirre con José María Fojo
durante la entrega de premios, Segundo Concurso de Cuento "INCA Seguros", 1993..
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Singulares propiedades del “Libro infinito”
de Jorge Luis Borges.
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En "El libro de arena", Jorge Luis Borges postula la existencia de un libro de tamaño módico, en octavo, encuadernado en tela, compuesto por un número infinito de hojas; el espesor de cada hoja tiende a cero. El lector que vuelva la tapa se encontrará con el frontis; al tratar de volver la primera hoja, como ésta es impalpable, será inevitable que tome un conjunto de ellas y se encontrará no en la segunda página, sino en una mucho más avanzada. ¿Cuál es el número de esta página? Se puede demostrar matemáticamente que, como el espesor del grupo de hojas vueltas es finito, siendo cada una de ellas de grosor infinitesimal, la cantidad de hojas volcadas es infinita, sin que importe por dónde se abra el libro. Por tanto, el inconcebible número de la página de la izquierda es infinito (oo), y el de la derecha oo+1. Como la cantidad de hojas vueltas es igual al de hojas que falta volver, ese libro siempre se abre por la mitad.
....Un libro infinito puede contener toda la inconmensurable literatura universal. Ábrase el libro una vez, y en las dos ineludibles páginas centrales se encontrará un pasaje de Crimen y castigo; ábraselo otra vez, y el pasaje será de la Historia Naturalis de Plinio. Sucesivas aperturas al azar nos depararán textos de Mallarmé o de Fielding, o trozos de la guía telefónica de Nueva York.
....Es también matemáticamente demostrable que tiende a cero la probabilidad de encontrar dos veces el mismo texto o, lo que es equivalente, acertar con las páginas que suceden a las que se acaban de leer. Se concluye que la lectura del más breve relato, cuya longitud exceda de dos páginas, requiere una eternidad.
...Este libro infinito es muy peligroso, porque tiene la virtud de un Zahir: "De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro," escribe el autor.
....Wolfgang Jacobi propone una simplificación insostenible: la característica esencial del libro infinito es la de que siempre se lo abre por la mitad; luego, tómese una hoja de papel, pliéguesela en dos, escríbase algo en las páginas internas, y se tendrá un libro infinito.
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.José María Fojo
Buenos Aires, 1981.
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miércoles, 21 de noviembre de 2007

Sobre "Prosperidad de las sombras"

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Inés Malinow, José María Fojo y José Antonio Panizzi
en la biblioteca del Club del Progreso
durante la presentación de "Prosperidad de las sombras"
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Alocución de José María Fojo en la presentación del libro
el 27 de setiembre de 2002 en el Club del Progreso
Buenos Aires
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Una vez, alguien me dijo que lo bueno de los discursos de los pintores es que son breves. Bien, yo quisiera hablarles como autor de la cubierta de Prosperidad de las sombras, más que como el perpetrador de su contenido. De modo que estas palabras, si alguna virtud tienen, será solamente la de la brevedad. Y, desde luego, no tengo intención de infligirles un discurso. Pero he traído escrito lo que quería decirles no porque sea importante o memorable, sino para que no se me acuse de improvisado o espontáneo.
...He aquí, reunidas, algunas de mis hojas dispersas de ese infinito árbol de los cuentos que postuló Augusto Monterroso. Porque, según el escritor guatemalteco, cada cuentista sacude el árbol, y de él se desprenden las exactas hojas que le quepa llamar “suyas”. Por fortuna, el árbol de los cuentos es inagotable, y aunque los que se afanen contra el tronco sean innumerables, el venero de los cuentos nunca se agotará, y siempre caerán esas hojas nuevas, frescas, originales y misteriosas que llamamos cuento.
...¿Por qué esto es así? ¿Por qué los humanos tenemos necesidad insaciable de nuevas historias? ¿Por qué esa compulsión a narrar, y a que nos hagan el cuento? ¿Por qué llamarlas nuevas, si tal vez no son más de media docena que se vienen repitiendo desde la época de Gilgamesh con infinitas variantes según los tiempos, los gustos y las circunstancias? Tal vez porque toda ficción y en especial el cuento participa de cierto carácter poemático y por ende tiene algo de musical y, como enseñó Brahms, no importa una melodía sino lo que el artista haga con ella: las variaciones. Ocho notas no son nada pero sus variaciones hacen la monumental Passacaglia de la Cuarta Sinfonía o el Finale de la Heroica. Podemos considerar estos problemas desde el punto de vista del que inflige la narración, y del que la padece: el autor y el lector.
...Desde el punto de vista del autor, les diré que un incauto me preguntó una vez: Usted, ¿por qué escribe? Yo, después de una madura reflexión, le contesté: Para poder ejercer el caos con impunidad. El caos, sí, parece ser necesario detrás de las estructuras siempre tan aparentemente estrictas de toda narración. Esto se lo reveló James Joyce cuando vivía en Trieste a un escritor novato que le llevó sus obras para que le diera su parecer. Joyce sacó la lupa y leyó los textos con el ojo bueno, y en la siguiente reunión le dijo al novato: Sus historias tienen buena madera, pero son demasiado ordenadas. Les falta el élan dionisíaco; les falta caos. Lea todo Shakespeare y después vuelva a verme. Lo anterior sugiere dos cosas: una, que Joyce leía a Nietzsche; y otra, que el caos es necesario y consustancial con todo cosmos. Para no desmentir su teoría del caos, Joyce escribió luego Finnegans Wake. Yo no sé qué hizo el novato con el consejo de Joyce, pero sí sé que yo siempre lo tengo presente.
...Ante mi supuesta broma, el incauto que les mencioné antes me replicó: ¡Hombre! Si quiere ejercer el caos con impunidad, mejor dedíquese a la política. No puedo negar que ese incauto, que en el fondo era muy prudente, tenía razón. Sobre todo en un país como la Argentina actual, en que el caos y la impunidad parecen ser los atributos esenciales de la vida. Este estado de cosas quisiéramos cambiarlo, por nuestro bien, pero nos engañamos si pretendemos hacerlo a través de la literatura de ficción. La literatura de ficción no sirve para cambiar el mundo, aunque sí es fenomenalmente apta para cambiar al autor y también al lector. Nadie es el mismo después de leer La Montaña Mágica, Judah el Oscuro, Sobre Héroes y Tumbas, Contrapunto u Opus Nigrum. Pero si lo que se desea es alterar el orden social se debe recurrir al panfleto, al tratado o al ensayo, a la literatura de puras ideas, no a la ficción. Si se quiere cambiar el mundo, hay que escribir El Contrato Social, La Riqueza de las Naciones o el Manifiesto Comunista, no El Quijote de la Mancha o La dama del perrito. Lo precedente no debe inducirnos en error, ya que no significa que en la ficción no haya ideas: las hay, y en rigor debe haberlas, pero el peso y la densidad de la ficción están en otra parte. Por eso considero una falacia la del escritor de ficción comprometido en el sentido banal o sartreano del término. Yo tengo la plena convicción de que el único compromiso de un escritor debe ser con su literatura o, mejor, con su lenguaje, aunque éste sea elegido y no el lenguaje natural del escritor (pensemos, por ejemplo, en los casos de Conrad o Nabokov, apátridas de sus lenguas polaca y rusa pero próceres del idioma inglés).
...Pero esto nos lleva al segundo punto de vista, el del lector (que es también parcialmente el del autor, ya que si bien existen infinitos lectores que no son escritores, la existencia de un autor que no sea lector es una contradicción en sí misma). ¿Por qué se leen ficciones? Me parece a mí que es porque se satisface con ellas una íntima e insaciable necesidad del ser humano, más que una apetencia de distracción. Esta necesidad tiene dos aspectos o vertientes: una es la del conocimiento, la otra es la del enriquecimiento de la vida.
...Si consideramos el conocimiento, nadie podría negar que la literatura de ficción es un formidable instrumento cognitivo. Como las grandes ficciones se refieren a los hombres y sus peripecias —no hay grandes ficciones que sólo traten de dioses y ángeles—, y dado que los hombres tienen un deseo inextinguible de conocer y conocerse, el silogismo es obvio. Podemos decir, con Nietzsche, que el contenido de las grandes ficciones es “humano, demasiado humano”. Desde luego, este conocimiento que la literatura revela al hombre es el de sí mismo, no el del mundo externo. Ya dijo Dostoievski que Dios y el diablo luchan por el dominio del alma humana, y el campo de batalla es el corazón de los hombres. Yo agrego, y que el fantasma de nuestro padrecito Fiodor Mijailovich me perdone, que las novelas y los cuentos son los anales de esa guerra.
...El otro aspecto es el del enriquecimiento de la vida. Se lee porque con una vida no basta, porque la vida es demasiado corta, demasiado opaca, demasiado pobre y demasiado limitada, y con la literatura podemos trasladarnos a otros tiempos y vivir mil vidas y ser y hacer cosas que deseamos con la fuerza más irrefrenable pero que no nos atrevemos o no podemos ser o hacer. No podemos surcar el vinoso mar en cóncavas naves para abatir a los que nos ofenden, como Ulises, ni batirnos en la batalla de Waterloo como Fabrizio del Dongo, ni perforar las ventanas de la ciudad de Danzig con nuestra voz como Oskar Matzerath, ni ir a conocer el hielo de la mano de nuestro padre en una remota tarde de la infancia como el coronel Aureliano Buendía; estas maravillas nos estarán por siempre negadas en la mezquina realidad, pero allí están La Odisea, La Cartuja de Parma, El Tambor de Hojalata y Cien Años de Soledad y todas las narraciones del mundo para darnos lo que necesitamos y no tenemos, para permitirnos ser y hacer lo que queremos y no podemos.
...No podemos clavar una hacha en la cabeza de una usurera para probar que uno no es un hombre ordinario, y después padecer la expiación. No podemos ser el estudiante Rodión Raskolnikov, pero leemos Crimen y Castigo y Dostoievski nos parece un genio, no un delincuente.
...No podemos ser una burguesa de provincias, que comete adulterio por aburrimiento, que arruina a su familia y provoca la muerte de su marido, y se suicida comiendo arsénico. No podemos ser Emma Bovary, ni Charles Bovary, ni Rodolphe, ni el farmacéutico Homais. Pero leemos Madame Bovary y somos todos ellos y hasta somos Gustave Flaubert ya que, como él mismo nos lo dijo, “Madame Bovary soy yo”.
...No podemos pasarnos treinta años en una isla desierta y crear un mundo y una civilización de dos hombres, y regresar a la patria para descubrir que somos ricos. Pero leemos Robinson Crusoe y es como si Daniel Defoe hubiera descubierto las formas de nuestros sueños.
...No podemos llevar a nuestro enemigo por las catacumbas, aumentar su borrachera, emparedarlo y atravesarlo con la espada y salir tan campantes, pero leemos El Barril de Amontillado y somos Fortunato o somos Montresor, somos la afrenta y la venganza, somos la cadena y la máscara, y sospechamos que Edgar Poe sabía algo de nuestra alma.
...No podemos acostarnos con nuestra madre, matar a nuestro padre, aniquilar un monstruo en una encrucijada y descubrir nada menos que la verdad, y pagar el precio arrancándonos los ojos con una fíbula, pero leemos Edipo Rey y estamos seguros de que nos dice algo y también que dice algo de nosotros, como si Sófocles nos conociera desde antes de nacer.
...No deseo atosigarlos con más ejemplos, que son infinitos, pero creo que el punto que quiero mostrar está claro. Observemos que todos los autores de ficciones logradas son una especie de vicarios de nuestras almas, que son los exegetas de nuestros deseos, pulsiones y sueños más secretos y vigorosos, que nos han permitido cometer crímenes o realizar hazañas o hacer viajes anhelados, o tener grandezas o miserias inasequibles, o una bravura o una cobardía inauditas, o unos amores o unos odios de los que en verdad no somos capaces. Por eso los amamos y los admiramos y, a pesar de esos crímenes y esos excesos que ellos cometieron en sus obras y por nosotros, no los mandamos al cadalso sino al Parnaso. No los colgamos por miserables, sino que les erigimos estatuas de puro agradecimiento. Tal es la potencia del mito, tal la magia de la ficción.
...Yo, por mi parte, confieso que después de este libro me siento más cerca de la soga que del pedestal; pero esa es otra historia, como hubiera dicho Kipling.
...En cuanto a la lección del maestro en estos escritos, según la feliz expresión de Henry James, esa pesquisa queda para ustedes, sagaces lectores, que percibirán sin duda múltiples voces en ellos, algunas como un murmullo y otras, espero, no demasiado estentóreas. Pero, ¿qué escritor del Siglo XX no le debe algo a Kafka, algo a Sartre, algo a Rulfo, algo a Borges, algo a tantos otros? A este respecto, sólo quisiera citarles un aforismo legendario y lapidario de Lichtenberg: “Leer es tomar prestado y escribir es pagar nuestras deudas.” Y esto cierra la cuestión, aunque todo escritor estará siempre en default literario, ya que la deuda con los maestros es infinita e imposible de reembolsar. Afortunadamente.
...Proust, después de atragantarse con el té y la magdalena y poner el punto final a su novelario de tres mil páginas en que buscó y no encontró su tiempo perdido, pudo decir: la boucle est bouclée. Sí, el bucle está cerrado: cerrando el círculo, en el principio y en el fin, Uds. ven en la página 9 a quién está dedicado el volumen. Esa misteriosa “Tere” en realidad no reviste ningún misterio, ya que es mi esposa Teresa Álvarez Durán y la verdadera destinataria de estos descabellados ensueños. Espero que me lo perdone. Si le dediqué el libro, créanme que es con toda razón.
...Algunas veces, los escritores dados a reflexionar sobre su oficio crean teorías para justificar su literatura. Un escritor famoso, Hemingway, creó una teoría literaria célebre. Se trata de la teoría del iceberg, según la cual lo que se dice en la narración es, como la parte emergente de un iceberg, sólo la séptima parte del total. Así, en el texto se habla de lo que los personajes comen y beben, y cómo van vestidos, y de qué color es el automóvil que usan para ir de París a Niza. Hace falta el talento de un Hemingway para que el lector sienta que debajo de todo eso hay una intriga y una tragedia. Es la estrategia de la ocultación: lo que no se menciona es más importante que lo explícito; la parte mayor de la montaña de hielo y su centro de gravedad están debajo del agua y no se ven; lo más importante del relato no es lo que se dice sino lo que el lector infiere. Esta teoría es peligrosa, porque hace caer al escritor en la muelle tentación de escribir poco y nada o limitarse a ensartar trivialidades y creer que tiene el talento de un Hemingway, lo que casi siempre es más bien una jovial necedad. Pero Lichtenberg también señaló que un libro es un espejo y que quien se mira en él ve la imagen de sí mismo, con lo que yo —trasponiendo la teoría del iceberg y trasladando a la mente del lector la ubicación de la mole sumergida— me siento muy tranquilo y muy seguro porque confío más en ustedes que en mí, al pensar que el cañamazo de lecturas y memorias, de reflexiones y experiencias, de afinidades y rechazos que están en el intelecto de mis pacientes y sufridos lectores forman esa obra viva del iceberg, esa masa ingente que está debajo de la línea de flotación y que es mucho más que bastante para mantener a flote el poco peso de mis modestas ficciones.
...Otro escritor famoso, que era un señor medio criollo y medio inglés, que andaba con un bastón y no usaba anteojos porque era casi ciego, que vivía cerca de la esquina de Maipú y Charcas y se murió en Ginebra; ese señor que soñaba con tigres y heresiarcas y malevos, y que escribía sobre puñales y espejos y laberintos, en el prólogo de uno de sus últimos libros de cuentos y citando a Quevedo, escribió: Dios te libre, lector, de prólogos largos. Yo, parafraseando a ese señor y a Quevedo (no por esnobismo sino porque siempre conviene estar en buena compañía) les digo: Dios los libre, queridos oyentes, de presentaciones largas. Por eso ésta se terminó acá.
...Muchas gracias a todos.


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Sobre “Prosperidad de las sombras”, de José María Fojo, por Jorge Masciángioli

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Jorge Maciángioli y José María Fojo durante la entrega del Primer Premio
Concurso "Roger Pla" de cuento breve , 1992.
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»PROVOCAR O EXPERIMENTAR el goce de la inteligencia no es un ejercicio ni fácil ni frecuente, y ha sido siempre tan discutido como el atribuir también belleza a la misma inteligencia. Porque no es privilegio de muchos descubrir, por ejemplo, la hermosura de un teorema matemático o de un silogismo filosófico, y menos aun aceptar que ellos produzcan deleite alguno.
....»Pero el autor de Prosperidad de las sombras conoce sin duda las estrategias literarias que le han permitido elaborar estos textos bellos y gozosos sustentados en una sólida formación intelectual. Esas estrategias literarias, cuyos propósitos son absolutamente artísticos y, por lo tanto, trascienden la mera literalidad, hacen sin embargo que sea posible vincular el título del volumen con nuestro presente como habitantes de una realidad en la que la única prosperidad insensata sea la de las sombras. Estoy seguro –y los doce cuentos que conforman el libro lo demuestran– que Fojo no se propuso aludir precisamente a nuestra actualidad política, económica, social y cultural, pero su misma exigencia como inventor de ficciones le concede la aptitud visionaria propia de los auténticos creadores que, sin advertirlo, aprehenden mucho más que las contingencias de un tiempo y de un espacio limitados. Por eso cada una de estas narraciones constituye en sí misma un microcosmos cuya síntesis admirable multiplica sus significaciones justamente porque opera como un infinito juego de espejos.
....»Es evidente que los componentes de estas historias han sido sometidos por el autor a una rigurosa selección. En primer lugar, los temas aparentes diversifican el monopólico tema que el título anuncia: en todos los cuentos, las situaciones, las anécdotas o los personajes hacen prosperar las sombras, entendidas éstas como la variedad de negaciones posibles, ya sean la muerte o la mentira, la impotencia o el espejismo, el engaño o el delirio, la destrucción o el fraude, la trampa o el desencanto. En segundo lugar, las tramas argumentales que exponen esos temas subsidiarios al servicio del gran tema del libro son sencillas e impecables, de una sencillez que es el producto de elaboraciones exigentes y complejas, como lo es toda invención literaria que logra la mayor creación con un mínimo de recursos imaginativos.
....»Y es aquí, entonces, que en tercer lugar, el componente de la expresión literaria articula la estructura valiosa que otorga relieve notable a los otros dos, el argumento y el tema. Porque es el lenguaje el gran protagonista de la obra de Fojo. Flexible, fluido, riquísimo, estricto, preciso, meditado y pulcro, el texto se revela la gran invención de esta obra, y su misteriosa amenidad se debe a la destreza de las palabras que traman un tejido perfecto. De esas palabras no sobra ni falta ninguna, son las que tienen que ser, y en esa justeza reside su mayor atractivo.
....»Sin embargo, la exactitud de la expresión literaria, el rigor de las tramas argumentales y el acierto de las variaciones temáticas de la excelente idea generadora, no conforman textos puramente intelectuales. Así como un teorema o un silogismo reservan el goce de su inteligencia y su belleza para los espíritus sensibles a la emoción secreta, los textos de Prosperidad de las sombras están también tocados por el don de una gracia que es el atributo del demiurgo que los ha creado. Esa gracia es la magia, la magia de lo callado, de lo encubierto, de lo aparentemente incomprensible. Ella no puede explicarse de la misma manera como se hace con un tema, un argumento, un lenguaje. Está, simplemente, porque la posee la aptitud creadora del narrador. Y ese componente mágico es el que convalida la trascendencia de estas historias notables hacia la mejor calidad de la literatura.
....»Vale la pena remontar, descubrir, experimentar y disfrutar estos cuentos cuyos múltiples enigmas revelan a un sólido autor y una obra que es exponente de la ficción en su estado más puro. Mientras nuestro medio devalúa día a día el ejercicio del pensamiento y las infinitas posibilidades de la inteligencia, la aparición de este libro y de su hacedor apuestan a seguir confiando en la magnitud resistente del espíritu humano. Démosle, pues, la bienvenida de la alabanza y del reconocimiento más entusiastas.»
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Discurso de Jorge Masciángioli en la presentación del libro
en el "Club del Progreso" de Buenos Aires
. 27 de septiembre de 2002
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Lectura ardiente, por Inés Malinow

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Inés Malinow con José María Fojo durante la entrega de premios,
Segundo Concurso de cuento "INCA Seguros", 1993.
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.Lectura ardiente
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»LOS DOCE CUENTOS que formarán parte del lector, pues las narraciones de este volumen no pueden dejarse en la desmemoria, por decirlo de alguna manera, transmiten la calidad de José María Fojo.
....»La gama no se ciñe a una temática determinada; por el contrario, abarca los resquicios por donde se transparenta el alma. Y quien habla del alma, alude a la magia. Y si se está con la magia, se sabe cuánto de fondo hay en el padre necesitado de su hijo, a cualquier precio y ya se percibe el rastro del Tríptico de Abramarca —Rulfo respira en el pequeño pueblo— donde el tiempo no pudo vencer la belleza de quien amó, como un árbol. A veces hay perversidad no gastada en el muchacho que escancia, al igual que Ganímedes, una ubicuidad cortazariana en París o en la porteña Buenos Aires.
....»Mencionar a la excelencia de cada narración es valorizar el idioma, palabras precisas de un conocedor de los matices, harto de un léxico gastado. El hecho de que diversos premios importantes hayan recaído en los cuentos se añade a los méritos de las tramas, nunca similares a las de otros autores: sorprende sí que José María Fojo participe de la modestia de la sutileza. Y que tenga la generosidad de entregarnos su oficio, según ocurre en Arderán tus alas, donde el amor, presente en todo lo humano, ahora refulge.
....»No es difícil vaticinarle a Fojo un rico futuro; deseo para él que su obra se instale como lectura casi obligatoria —nada obligatorio es lo mejor— en ámbitos secundarios/universitarios. O sencillamente junto a nuestra mesa de luz para saber que, en cualquier momento, nos acompañará un gran escritor.»

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Inés Malinow, 1999
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Prefacio a "Prosperidad de las sombras"
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martes, 20 de noviembre de 2007

Comentario de "Las letras" sobre "Prosperidad de las sombras"

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Tapa del libro "Prosperidad de las sombras"
El Francotirador Ediciones, Buenos Aires, 2000
Óleo sobre tela de José María Fojo, cm. 30,0 x 24,0 - Año 1999
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Óleo
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“Las letras” Año 12 – N° 70 – Diciembre 2002
Ramos Mejía, Pcia. de Buenos Aires.

Comentario de José Antonio Panizzi, Director.
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Prosperidad de las sombras, de José María Fojo – El Francotirador Ediciones, 110 páginas, 12 cuentos, julio 2000.

“Film” es una historia concisa y estremecedora, que narra un acto breve y crucial (Guam, Malvinas, Corea, Vietnam…) en una y todas las guerras. Tensión palpable que se apodera del lector, contagiándole valentías y terrores sucesivos disparados desde una mente en peligro. Recreación de planos agudos observados en las pantallas conforman una metáfora común a todas las guerras desarrolladas en la imaginación y la realidad.

“Underground” es una descarnada narración de un robo, un plagio y un asesinato. El protagonista, impulsado por la codicia, faltó a su palabra y cayó en la tentación de no destruir una obra literaria ajena. Su amigo aún moribundo le había solicitado que quemara sus originales. No sólo no lo hizo sino que adelantó su muerte para apoderarse de sus escritos. Un excelente nivel lingüístico al servicio de temáticas originales.

“Una búsqueda”. Curiosamente es uno de los cuentos no premiados del conjunto (muchos de ellos consignan al pie galardones obtenidos.) Exhibe un estremecedor realismo, de engañoso y sencillo corte reminiscente, convertido en una pieza casi lírica en la solvente y cuidada escritura de José María Fojo. Sin estridencias ni impostaciones, logra un clima que continúa en el lector luego de finalizada la lectura.

“Antes de que la luz cambie” muestra una vida en racconto. En este largo adiós dirigido a los sitios amados, a los días continentes de un pasado compartido, el lector es contagiado y estremecido por conscientes limitaciones en la herida lucidez del personaje, alguien que sólo logra atesorar reverberantes puñados de instantes pretéritos.

Conjunto notable, esta selección de historias se muestra expresada con nitidez realista y psicológica a la vez. Es destacable la presencia poética que emana de todo narrador de raza. Un libro infrecuente, de laboriosa y muy medida ejecución.
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José Antonio Panizzi
Director de "Las letras"
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